Un cine quirúrgico. « La piel que habito » de Pedro Almodóvar

Puente 146(2011)

El pasado 17 de agosto se estrenó en los cines de Bélgica y de Francia la 18ª película de uno de los grandes maestros del cine europeo. La vi dos veces, casi seguidas, y quería comentar aquí mis impresiones, contradictorias.

Durante la primera visión, me sumí por completo en la historia de este thriller sacado de la novela “Mygale (Tarántula)” escrita por Thierry Jonquet. El protagonista, Robert Ledgard (Antonio Banderas), cirujano psicópata especialista en la reconstrucción estética de pacientes quemados, lleva experimentos secretos de transgénesis en la persona de Vera (Elena Anaya), verdadero ratoncillo encerrado bajo llave en su jaula dorada. Sobre la auténtica identidad de esta mujer, guardaremos silencio para no decepcionar al espectador. El quirófano y laboratorio de investigaciones se encuentra en el sótano de una finca llamada “El cigarral” donde Robert vive con su madre (Marisa Paredes) y algunos domésticos. Como siempre, Almodóvar se distingue en la fragmentación del relato, encajando las diferentes partes con gran maestría. El suspense me acompañó hasta el final de la película, sin que impidiera la seducción por la belleza formal. Recordemos al respecto que Almodóvar fue galardonado en Cannes por la mejor fotografía.
Volví a ver la película cuatro días después, esta vez como si previamente hubiera leído el spoiler (documento que cuenta toda la historia incluso el final) y tampoco entonces disminuyó la calidad del placer : un festival de todos los sentidos, en especial el visual. Disfruté de los colores, tan nítidos (azul, rojo), del juego de la luz en los ojos apasionados o aterrorizados de Vera, de la luz en su reconstituida piel tan fina. La imagen está por todas partes: imágenes de control con pantallas en blanco y negro en la cocina; el inmenso plasma que tiene el doctor Ledgard y que le permite observar a Vera sin dejarle ninguna intimidad. ¿No será precisamente lo que ocurre cada vez más en la vida cotidiana de cualquier persona? Muchos planos de Almodóvar se parecen a cuadros. La “Vera-Maja casi desnuda” en su sofá se asemeja a la de Goya o a la Venus de Velázquez o a la de Tiziano. Abundan las referencias al arte. Las paredes de “El cigarral” las adornan unas monumentales pinturas italianas renacentistas. La obra de creación del cirujano tejiendo una piel nueva, ajustándola trozo por trozo al molde escultural alude a la obra de la americana Louise Bourgeois, de quien Vera se inspira para recomponer a su vez rostros y cuerpos destrozados.
Liberados de la atención al guión, nos enfocamos mejor en la rica temática. Claro, volvemos a encontrar los almodovarianos temas de transgresión, transformismo, pasión criminal; pero aquí predomina el género del terror, que muestra diferentes facetas. Nos hiela primero el tono austero, aséptico adoptado por Antonio Banderas, encarnando al frío psicópata, desprovisto de conciencia del dolor. Luego viene el miedo, el rostro de Vera invadido por el miedo absoluto (como el del torero durante una cogida). Por fin, el terror alcanza su grado máximo en las escenas de violación o en las de crímenes, filmadas en planos aéreos, con tenso acompañamiento musical a la Hitchcock y marcados por una fuerte bestialidad (el hermano de Robert, Zeca, entra en el caserón disfrazado de “Tigre”).
Total, “La piel que habito” es, en mi opinión, una obra maestra. Nos eleva más allá de nuestros límites (el cirujano prometeano, el demiurgo) al mismo tiempo que nos hunde en el lodo, enfrentándonos con nuestra animalidad más vergonzosa. Después de todo, solo somos seres normales, hijos que necesitamos a nuestra madre a nuestro lado para darnos de comer y protegernos.

Martine MELEBECK